[…] como se suele decir, una carta siempre buscará un lector; tarde o temprano, de algún modo, las palabras encontrarán la forma de ver la luz, de revelar sus secretos.
En aquel entonces yo no sabía que mi madre era tan buena mintiendo. No tenía motivos para dudar, continuar con las preguntas o prestar más atención a su lenguaje corporal. En general, tendemos a creer lo que nos dicen, especialmente aquellos que conocemos o nos resultan familiares, personas de confianza. Al menos, eso es lo me sucede a mí; o me sucedía.
Al fin y al cabo, el verdadero propósito de un bibliotecario es reunir a cada libro con su único y verdadero lector.
Todas las ancianas que he conocido me han dicho, en algún momento, y con diversos grados de conocimiento, que en su interior aún tienen dieciocho años. Pero no es cierto. Yo solo tengo treinta y ya lo sé. El paso del tiempo deja huellas ineludibles. La fantástica, invencible sensación de la juventud se evapora y llega la carga de la responsabilidad.
La falta de patatas dejaba un estómago vacío, pero la ausencia de belleza endurecía el alma.
Pobre, querida Percy, tan inteligente en ciertos aspectos, valiente y generosa, más fuerte que una roca, y aun así incapaz de liberarse de las imposibles expectativas de su progenitor. Ella, en cambio, había dejado de esforzarse por complacerlo hacía mucho tiempo.
[…] las historias están en todas partes y las personas que esperan el momento ideal para empezar a escribir acaban con las páginas vacías. Al parecer, escribir significa capturar en el papel imágenes e ideas. Tejer como una araña, aunque utilizando palabras para formar el dibujo.
El amor. Era lo que su historia necesitaba. ¿No era acaso el amor, el extraordinario palpitar de un corazón, lo que hacía girar el mundo?
En su expresión dolorida descubrí una vida en cautiverio. Ellas eran gemelas, dos mitades de un todo, pero mientras una había anhelado escapar, ser independiente, la otra no había aceptado que la abandonaran.
[…] cuando la razón duerme, asoman los monstruos reprimidos.
—El amor hace que las personas cometan actos de crueldad.
Sabía que los muertos pesaban más que las personas que habían dejado atrás.
Cuando eran niñas, solía leerles a Milton: «El mal se volverá contra sí mismo». Y Milton estaba en lo cierto, ellas pagaban por la maldad de su padre.
Las horas distantes
Kate Morton
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